domingo, 25 de diciembre de 2011

Un vivero de hidroponias en el Delta es su lugar en el mundo - Por Guillermina De Domini

Les traigo la historia de esta pareja que decidió llevar adelante su sueño de ir a vivir a la zona del Tigre, lugar en el cual se habían conocido en su juventud, y dar comienzo a un interesante emprendimiento.

Vale la pena leerla!

Hasta la próxima

Prof. Lic. Fernando Julio Silva, MSc.
Diciembre 2011

Artículo:


Por Guillermina De Domini
Mónica Novoa y Arturo Villahermosa pasaron sus vacaciones de juventud en la Primera Sección de Islas, donde se conocieron y donde eligieron, varios años más tarde, armar un singular emprendimiento turístico y agrícola . Reciben unas 50 visitas por semana.
Se conocieron con el río de por medio hace muchos años. Hoy Mónica Novoa y Arturo Villahermosa son pioneros en difundir una técnica de cultivo vanguardista desde su paraíso terrenal: Villa Mónica, el único vivero hidropónico del Delta y uno de los pocos del país, emplazado en un parque de 10 mil metros cuadrados y con 100 metros de costa sobre el arroyo Espera, el mismo que alguna vez el tiempo unió. “¿Cómo no íbamos a volver a esas aguas que nos atraparon desde siempre?”, dijo Mónica, en broma, y así pasó a contar su historia.

En 1950, su abuelo le compró una casa sobre el Arroyo Espera 344 a la familia Pagliettini. Lo hizo con la idea de que ella, que acababa de nacer y vivía en Capital Federal, pudiera respirar un nuevo aire y tomar sol en el Delta tigrense durante los fines de semana. Eso hizo. Pasaron los años y, en 1966, Arturo Villahermosa, otro porteño, comenzó salir a remar con sus padres. Iba y venía desde su casa, que estaba frente a la de Mónica. Tenían 16 años y tomaban la lancha interisleña, que como hoy, demora 50 minutos en llegar a destino. “En la casa de Mónica hacíamos los bailes, nos juntábamos el fin de semana y venían muchos amigos. Y claro, por esas cosas de la vida, terminamos casándonos", contó Arturo.

Su vida siguió en Buenos Aires, pero durante los fines de semana y feriados, siempre volvían al Delta. Hasta que en 2002, con un amor más maduro y sus dos hijos independizados, quisieron cambiar su estilo de vida. Abandonaron los ruidos y la contaminación de la ciudad e hicieron la mudanza definitiva al Delta: allí los esperaba la misma casa del abuelo de Mónica, pero refaccionada.

Una vez instalados, un amigo veterinario los animó a acercarse al mundo de la hidroponía -cultivo en agua- a través de un curso de la Facultad de Agronomía de la UBA. Esa fue la puerta de entrada a lo que más adelante convertirían en un novedoso emprendimiento por el cual hoy hasta ellos mismos se sorprenden: un vivero hidropónico donde ofrecen estadías en cabañas, guías, almuerzos, tés y cenas hechas con sus propios productos, pesca, paseos en canoa y talleres donde enseñan la técnica de cultivo a turistas de marzo a diciembre. Allí, Mónica y Arturo reciben a unas ocho personas por día.

De movida, ellos se sintieron atraídos por este sistema, que actualmente se perfila como el método de cultivo del futuro. “Casi no lo pensamos. Nos perfeccionamos por Internet y mails con un extranjero y armamos nuestro propio vivero hidropónico. Sabemos que ahora es un lugar exclusivo, sólo para pocos, donde uno se inunda de naturaleza y tranquilidad”, opinó Mónica.

Durante el curso, contaron que fueron llevados a visitar viveros de La Plata: “El problema es que todos eran monocultivos, nosotros tenemos acá más de 20 especies”, se alabó Mónica. Es que ellos hacen cultivos en vertical y eso les permite aprovechar el espacio disponible.

Con lo aprendido y acompañados por su espíritu autodidacta y emprendedor, construyeron el invernadero, donde producen, entre otros cultivos, berros, ajíes picantes, espinaca, chiles, rabanitos, tomates cherry, frutillas y hasta melones. También preparan berenjenas en escabeche, pepinos en vinagre, aceitunas, dulce de leche, frutillas al whisky y once tipos de dulces. Pero lo más pedido por los turistas es el “almuerzo verde” que sirven en el parque del vivero: un menú de ensaladas de productos recién cosechados, sandwich de chorizo o sorrentinos, helados o tartas.

“Este tipo de emprendimientos no está explotado en nuestro país, como ocurre en Chile y Japón. Tanto es así que en el país vecino, los hospitales obligan a que las verduras sean de origen hidropónico”, aseguró Mónica. Su vivero, además, es parte de la asociación Delta Natural, agro y ecoturismo.

Mónica y Arturo explicaron que cultivar con el sistema hidropónico hace que las verduras y las frutas duren más tiempo que las cosechadas tradicionalmente. El cultivo hidropónico no se hace con suelo ni una base de tierra, sino que utiliza una estructura de metal que sostiene unos tubos de plástico por donde circula agua con nutrientes. Las semillas van adentro de unos pequeños cubos que se colocan en los tubos, un método creado en la Universidad de Campinas de Brasil. El riego lo hacen por goteo con una bomba de agua y la nutrición de la planta, en base a componentes naturales, permite obtener frutos y hojas muchos más carnosos y en menos tiempo. Además, al no entrar en contacto con la tierra ni con otras especies, ellas no son atacadas por hongos, están más limpias y no requieren insecticidas, pesticidas ni fertilzantes.

Los dueños de Villa Mónica supieron fusionar su amor por la naturaleza, con las ventajas de un sistema diferente de cultivo: "En un área muy reducida, e incluso árida como un desierto, se pueden cultivar toda clase de vegetales que requerirían tierra fértil y un espacio mucho más grande. En el caso de la frutilla, por ejemplo, usamos unas columnas clavadas en el suelo donde la planta crece en una base de turba traída de Tierra del Fuego (un compuesto orgánico natural). Se mezcla con perlita (un derivado de lava volcánica) y eso nos permite plantar ocho metros cuadrados lo que en tierra firme ocuparía un área de 42 metros cuadrados", explicó Arturo. Y Mónica agregó: "O sembramos nueve plantas de lechuga en un sólo metro cuadrado".

Hoy el matrimonio que se unió gracias a un río pasa varias horas del día, sobre todo a la mañana, en contacto con los turistas. Cuando baja el sol y las lanchas con visitantes dejan de pasar, ellos se toman un rato para recorrer juntos y tranquilos su lugar. Este verano y hasta marzo, Mónica y Arturo estarán de vacaciones, así que podrán aprovechar un descanso en el Delta como los que supieron disfrutar al conocerse




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